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ESPECTÁCULOS EL NACIONAL cARACAS
05-Feb
06:56 amGerardo
Guarache Ocque
El ensayo final fue presenciado por una multitud en el Shrine
Auditorium. La serie de conciertos dedicada al genio bohemioaustríaco llegó a
su fin en tierra californiana
Las
secciones de la Filarmónica y la Simón Bolívar se juntaron | FundaMusical
Bolívar
Dicen que
Gustav Mahler nunca estuvo de acuerdo con llamar a su Sinfonía Nº 8, en la que
muchos identifican el clímax de la obra del compositor bohemio-austríaco, la
Sinfonía de los mil. Es una obra coral que pocas veces ha sido interpretada por
más del millar de músicos y voces. Pero Gustavo Dudamel decidió no escatimar
esfuerzos y se armó de todo lo que está a su alcance para generar una
interpretación ajustada a la genialidad de la creación.
El Shrine Auditorium, una sala histórica que ha funcionado como escenario para ceremonias de entrega de Oscar, Grammy, Emmy, American music Awards y hasta el Miss Universo 2006, luce algo desvencijado, como si hubiese perdido valor una vez que fueron construidos otros espacios, como el tecnológico Staples Center.
Aún así, fue el lugar escogido para sustituir al Walt Disney Concert Hall en la fecha cumbre del Proyecto Mahler, en vista de la necesidad de ajustar el escenario para recibir a exactamente 1.017 artistas, entre ellos el amo y señor de la ceremonia: Gustavo Dudamel.
En horas de la mañana una multitud se aglomeró en las afueras. A las 10:00 am comenzaría el ensayo final de Dudamel, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la Filarmónica de Los Ángeles, los ocho cantantes solistas y los integrantes de la Coral Pacific, la Inner City Youth, la Pasadena Master Chorale, el Gay Men’s Chorus y el Coro de Cámara de Los Ángeles, entre otros, para ponerle punto y seguido a una serie de conciertos que comenzó el viernes 13 de enero en el Walt Disney Concert Hall y que será reproducido a partir del martes 7 de febrero en el Teatro Teresa Carreño, en Caracas.
Esta vez no había ni frac ni esmoquin. Podía verse a algunos jóvenes que entraban al recinto en shorts, tras desafiar la fría brisa matutina, aunque lo más común eran las chaquetas, bufandas y gabardinas.
Los asistentes se ubicaron en el balcón y no el patio del teatro.
La puntualidad era obligada: el que llegara tras el primer compás no tendría acceso.
Dudamel, quien cumplió 31 años de edad la semana pasada y los celebró dirigiendo la Sinfonía Nº 5 en do sostenido menor salió en jeans, chemise y zapatos Converse. Subió al púlpito, tomó su batuta, bromeó y sin ni siquiera darle un vistazo a su partitura comenzó a agitarse al ritmo de la obra de Mahler, un compositor que estuvo presente en su formación desde que era un adolescente.
A diferencia de otras, la Sinfonía Nº 8 en mi bemol mayor no está dividida en varios movimientos. La obra, que plantea la idea de la redención a través el poder del amor, está constituida por dos capítulos. La primera parte está basada en un himno cristiano del siglo IX para Pentecostés, llamado Veni Creator Spiritu,s y la segunda corresponde a una relectura de la escena final del Fausto, de Johann Wolfgang Von Goethe.
Las secciones de la Filarmónica y la Simón Bolívar se juntaron. Podían identificarse los rostros de los venezolanos, todos menores de 28 años de edad, entre la calvicie, las canas y las arrugas. Pero, al momento de tocar, eran una sola.
La pieza mostraba momentos de candor, cuando los violines tocaban con la técnica del pizzicato en la que rozan las cuerdas con los dedos y no con el arco. También viajaba por episodios sublimes de cuerdas y pasajes monumentales en los que se descargaba toda la potencia, incluso la de los metales que se ubicaron en lo que podría ser un balcón presidencial. A esos Dudamel los exhortó a comprometerse con la obra, a pesar de que sus intervenciones eran muy espaciadas entre sí. Las voces, especialmente las de las sopranos que se colocaron en primer plano, fueron protagónicas.
El Shrine Auditorium, una sala histórica que ha funcionado como escenario para ceremonias de entrega de Oscar, Grammy, Emmy, American music Awards y hasta el Miss Universo 2006, luce algo desvencijado, como si hubiese perdido valor una vez que fueron construidos otros espacios, como el tecnológico Staples Center.
Aún así, fue el lugar escogido para sustituir al Walt Disney Concert Hall en la fecha cumbre del Proyecto Mahler, en vista de la necesidad de ajustar el escenario para recibir a exactamente 1.017 artistas, entre ellos el amo y señor de la ceremonia: Gustavo Dudamel.
En horas de la mañana una multitud se aglomeró en las afueras. A las 10:00 am comenzaría el ensayo final de Dudamel, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la Filarmónica de Los Ángeles, los ocho cantantes solistas y los integrantes de la Coral Pacific, la Inner City Youth, la Pasadena Master Chorale, el Gay Men’s Chorus y el Coro de Cámara de Los Ángeles, entre otros, para ponerle punto y seguido a una serie de conciertos que comenzó el viernes 13 de enero en el Walt Disney Concert Hall y que será reproducido a partir del martes 7 de febrero en el Teatro Teresa Carreño, en Caracas.
Esta vez no había ni frac ni esmoquin. Podía verse a algunos jóvenes que entraban al recinto en shorts, tras desafiar la fría brisa matutina, aunque lo más común eran las chaquetas, bufandas y gabardinas.
Los asistentes se ubicaron en el balcón y no el patio del teatro.
La puntualidad era obligada: el que llegara tras el primer compás no tendría acceso.
Dudamel, quien cumplió 31 años de edad la semana pasada y los celebró dirigiendo la Sinfonía Nº 5 en do sostenido menor salió en jeans, chemise y zapatos Converse. Subió al púlpito, tomó su batuta, bromeó y sin ni siquiera darle un vistazo a su partitura comenzó a agitarse al ritmo de la obra de Mahler, un compositor que estuvo presente en su formación desde que era un adolescente.
A diferencia de otras, la Sinfonía Nº 8 en mi bemol mayor no está dividida en varios movimientos. La obra, que plantea la idea de la redención a través el poder del amor, está constituida por dos capítulos. La primera parte está basada en un himno cristiano del siglo IX para Pentecostés, llamado Veni Creator Spiritu,s y la segunda corresponde a una relectura de la escena final del Fausto, de Johann Wolfgang Von Goethe.
Las secciones de la Filarmónica y la Simón Bolívar se juntaron. Podían identificarse los rostros de los venezolanos, todos menores de 28 años de edad, entre la calvicie, las canas y las arrugas. Pero, al momento de tocar, eran una sola.
La pieza mostraba momentos de candor, cuando los violines tocaban con la técnica del pizzicato en la que rozan las cuerdas con los dedos y no con el arco. También viajaba por episodios sublimes de cuerdas y pasajes monumentales en los que se descargaba toda la potencia, incluso la de los metales que se ubicaron en lo que podría ser un balcón presidencial. A esos Dudamel los exhortó a comprometerse con la obra, a pesar de que sus intervenciones eran muy espaciadas entre sí. Las voces, especialmente las de las sopranos que se colocaron en primer plano, fueron protagónicas.
EL BLOG OPINA
Un inolvidable concierto que llena de orgullo a los venezolanos todos, sin ninguna parcialidad política que tanto nos aqueja. Adelante Venezuela, que mereces sacudirte del oprobio más deshumanizado que haya existido jamás.
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