Por DARÍO
PRIETO | Vía: www.elmundo.es/
El
director argentino, incansable, cierra el curso en Madrid y abre la temporada
estival en Barcelona y Mallorca.
Cada vez
que Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) visita España lo hace cargado de un
impresionante saco de proyectos. ¿Cómo lo hace? ¿De dónde saca tiempo? «Doy
pocas entrevistas», bromea el maestro, que este sábado y domingo cierra junto a
su Staatskapelle de Berlín la temporada de Ibermúsica en el Auditorio Nacional
de Madrid. Al lunes siguiente abre la temporada del Palau de la Música de Barcelona y tres
días después dará un recital como pianista en Pollença (Mallorca), dentro del
Formentor Sunset Classics
¿Cuál
diría que es el plato fuerte de los conciertos que va a dar en España?
Diría que
es una pequeña gira con cuatro platos fuertes. Está el primer programa dedicado
a Strauss, con ‘Una vida de héroe’ y ‘Don Quijote’, que no son sólo dos grandes
obras, sino que están muy relacionadas, con citas y referencias, y se
complementan maravillosamente bien. Además, celebramos ahora el 150º aniversario
del nacimiento del compositor, así que, si no es un plato principal, al menos
sí es copioso. El segundo programa es la sinfonía ‘Inacabada’ de Schubert y la
‘Sinfonía nº 2′ de Elgar. Entiendo que ésta última no sea algo que se escucha
muy a menudo y es una gran pena. Pero ésa es la historia de Elgar en nuestro
mundo: no ha sido conocido y aceptado por el gran público, fuera del ámbito de
los músicos, donde tenía grandes admiradores. Mahler y Strauss dirigieron obras
suyas.
¿Qué
supone introducir esta sinfonía de Elgar, que acaba de grabar para Deutsche
Grammophon, en el repertorio?
Di mi
primer concierto en España en 1958 y me halaga mucho que, después de tanto
tiempo, el público todavía quiera venir a oírme cuando toco piano o dirijo. Es
una seña de lealtad y por eso me permito utilizar esa confianza que el público
me regaló para decirles: «Amigos, tenéis que oír algo que no conocéis».
Todos
estos proyectos a la vez…
Si lo
pienso no sabría cómo hacerlo todo. Tengo la gran suerte de poder permitirme, desde
hace años, hacer sólo lo que me apasiona: lo que me interesa mucho, lo que
considero importante o lo que me divierte, y mejor las tres cosas juntas.
Arthur Rubinstein decía que si uno quiere ser feliz en la vida debe olvidarse
de la palabra «si», del condicional. Ese «yo sería feliz si tuviese esto o lo
otro». Aunque… sería aún más feliz si tuviese menos que hacer…
¿Algún
sueño por cumplir?
Estos
últimos años he estado ocupándome de aprender las sonatas de Schubert que ya he
grabado y que saldrán pronto. De pequeño tocaba sólo tres de ellas, pero no me
tomé el tiempo para profundizar en el resto. Para mí, ha sido un viaje
extraordinario, porque aunque Schubert murió con 31 años y estas sonatas
abarcan un periodo de apenas una década, hay un recorrido no menos complejo y
completo que el de Beethoven, con muchos años más. Hay algo en él que me
fascina y que es el arte de insinuar: frente al gran gesto wagneriano o
bruckneriano, él consigue mucho con un pequeño cambio armónico. La próxima
temporada voy a tocar el ciclo completo.
¿Qué se
aprende de Schubert?
Que los
grandes compositores no son contemporáneos pero siguen siendo modernos, porque
lo esencial del ser humano no ha cambiado. La tecnología sí, y otras muchas
cosas; hemos pasado de ir a caballo al Concorde. Pero las personas, con nuestra
inteligencia, o con nuestra falta de ella, seguimos teniendo los mismos
problemas, algunos mucho más fáciles y otros mucho más complicados que antaño.
El mundo y la tecnología cambian, pero el alma no.
¿Qué le
parece lo que sucede con el Palau de les Arts de Valencia?
En España
ya lo hemos visto varias veces. El caso de Valencia es especialmente dramático,
porque allí no había una gran ópera internacional y ésta la inventó
artísticamente Zubin Mehta. No se dieron cuenta de lo que tenían. ¿Qué quiero
decir con esto? Que no hay la más mínima educación musical. Hoy en día se puede
ser culto, tener conocimientos de filosofía, literatura o ciencias, sin tener
el más mínimo contacto con la música. Que es lo que pasa con la gran mayoría de
los políticos. Y a los que sí les gusta la música, tampoco la consideran
esencial, lo ven como algo que da placer, aunque hay cosas más importantes en
el mundo.
¿Y qué
propone usted?
La música
tiene que formar parte de la educación general, del mismo modo que se estudian
Matemáticas y Biología en las escuelas. Es algo que está aquí, no como una
torre de marfil en la que uno se pone un ‘Nocturno’ de Chopin para olvidarse de
todo lo desagradable de la vida. Yo he aprendido muchísimo de la música para la
vida.
¿Vivimos
en una era visual?
Parece
como si todo lo que tuviese que ver con el oído estuviese dejado de lado hoy en
día. Al feto, en el vientre de su madre, a los 45 días del embarazo ya le
funciona el oído. Cuando nacen los bebés nos olvidamos de su importancia. Les
decimos a los niños pequeños que tengan cuidado al cruzar la calle y miren a
derecha e izquierda… Pero está comprobado por la neurología moderna que todo lo
que penetra por el oído va al centro mismo del cerebro mucho más rápido.
La
música le da al ser humano la posibilidad de desarrollar su cerebro y de tener
una riqueza emocional que no la puede obtener ni siquiera con la literatura o
la pintura, porque le falta el elemento del tiempo. Cuando usted se sienta a
escuchar un concierto o un disco, está viviéndolo sólo en ese momento, mientras
el tiempo de la vida sigue caminando. Todo eso le da a la música una
importancia capital, que no está reconocida ni por los políticos ni por quienes
se ocupan de la educación. Cuando se den cuenta de esto, la música va a tener
una importancia mucho mayor.