Amados por el
público, ricos, célebres y famosos, fueron los grandes divos de la época
barroca. A comienzos del XVIII, unos 4.000 niños eran castrados cada año en
Italia
Autor: JOAQUÍN ITURRALDE
(tenor del Orfeón pamplonés)
One God, one Farinelli!»... (¡Un Dios
único, un único Farinelli!), singular bravo, lanzado desde el fondo de la
platea en la presentación del ‘primo uomo’ del momento en el Teatro de la Nobleza de Londres,
aquella noche de ópera del verano de 1734, quedará en el tiempo resonando. Sólo
unas horas más tarde, un despechado Carlo Broschi – menospreciado por el gran
Haendel– increpa a su alter ego ‘Farinelli’ que le contempla con una mirada
agridulce desde el otro lado de uno aquellos espejos venecianos, en la
intimidad de su alcoba: «Oh, no... ¡Un único Dios y tan solo un castrado!»
Sobre esos dos abismos cabalgaba la vida de aquellos seres
singulares, los ‘castrati’– el ‘tercer sexo’ se ha dicho de ellos alguna vez–,
que vivían de y por la música en la
Europa de los siglos XVII y XVIII: sublimes para la música
sobre los escenarios, mutilados en su propia intimidad. ¡Excelsos juguetes
rotos!
‘Castrati’, palabra con la que se designará a los cantantes varones castrados
antes de la pubertad (después de los 7 años y antes de los 12) para preservar
el registro vocal de soprano o contralto.
¿Cómo pudo llegar a ser normal semejante práctica bárbara? Por más que nunca
estuviera permitida, incluso se castigaba con la excomunión, era de la forma
más natural consentida, e incluso defendida (‘castrati di Dio’). Presentada
muchas veces como reparación de un accidente o una enfermedad... y cumplido el
requisito legal del consentimiento de los padres y del propio niño, ¡los
números resultaban bastante más difíciles de maquillar! Parece que en 1694
cantaban unos 100 ‘castrati’ en las iglesias de Roma, y en 1780 pudieron llegar
a 700. Y hay quien estima que en la primera mitad del siglo XVIII, en algunas
épocas al menos, se castraban en toda Italia unos 4.000 niños al año, la mitad
de ellos en Nápoles. Si añadimos a ello las precarias condiciones sanitarias de
la época, el drama estaba servido: ¿cuántos quedaron en el camino hacia la fama
rotos, inútiles, amargados... cuando no muertos?
Ni la prohibición (de la actuación de mujeres en los actos litúrgicos y sobre
los escenarios), ni la tradición (coros de hombres ‘falsetistas’) pueden
explicarnos el fenómeno. ¿Cómo pensaba y sentía aquella sociedad?
Si esas voces provocaban tal admiración entre el público de la música barroca
fue porque correspondían al gusto de la época por los registros agudos, los únicos
que permitían brillar en el canto ornamentado. No era la naturaleza lo que
dejaba impresionadas a aquellas gentes, sino todo lo producido por la mano del
hombre: desde unos espectaculares fuegos artificiales ¡hasta unos cantantes
emasculados! Aunque una belleza singular tenían que tener aquellas voces para
justificar su supremacía durante dos siglos. Y la ambigüedad sexual no era,
precisamente, uno de sus menores atractivos...
Comenzarán a extenderse por Europa, como una mancha de aceite lo hace sobre el
agua, desde oriente y a través de la
España mozárabe a partir de la Iglesia de Roma. La
incorporación al coro pontificio de la Capilla Sixtina de
Francesco Soto y Giacomo Spagnoletto, dos moriscos españoles más que
probablemente ‘capones’ –como se les llamaba con un cierto deje zumbón en la España de aquellos días–,
será el inicio de una dirección a la que no hubo ya forma de dar marcha atrás.
Las voces más monocordes y apagadas, con menos armónicos de los ‘falsetistas’
–hombres que cantaban con su voz natural aflautada, modulada ‘de falsete’, para
lo que utilizaban sólo una parte de sus cuerdas vocales como hacen los actuales
contratenores– serán sustituidas sin piedad por las voces más aterciopeladas,
naturales y brillantes de los ‘castrati’.
Después, con la ópera seria italiana, la propagación adquirirá caracteres de
incendio en un pajar. Desde Italia se exportará la música y los cantantante a
toda Europa (con la excepción de Francia, donde nunca fueron bien vistos). Y
todos los grandes compositores de la época compondrán para ellos: Monteverdi,
Haendel, Glück, Scarlatti, Mozart...
El nacimiento de los divos
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El castrado Farinelli |
Con
los ‘castrati’ nació el concepto de divo en la ópera, la divinización del
cantante. Su propia condición de androginia parecía hacerlos más cercanos a la
divinidad. Por primera vez supo el mundo hasta dónde puede llegar la devoción
por el artista. ¿Cómo muchos niños no iban a querer ser como aquellos divos con
todo lo que representaba: triunfo, prestigio, dinero, vida social... y hasta
amores ardientes? El caldo de cultivo era la extrema pobreza en que vivían y
las expectativas que ser ‘castrato’ les ofrecía.
Un mismo tipo de voz, pero voces distintas, cada uno la suya, de registros más
o menos amplios, con mayor o menor colorido, agilidad, potencia. Algunos hacían
vibrar al público con su asombrosa técnica de la ornamentación, compitiendo
incluso con ventaja con los instrumentos de viento, y otros conmovían a su
auditorio con la sensibilidad y el patetismo de sus voces y su juego escénico.
Pero algo singular había en la voz de todos aquellos ‘castrati’ que
conmocionaba...
Cantando Pacchiarotti una noche de 1776 en Forlì, al pedir explicaciones al
director de orquesta, interrumpiendo su aria, porque conmovidos los músicos –y
no sólo el público – habían ido dejando de tocar recibió como respuesta,
entecortada por la emoción: «¡Estoy llorando, señor!...»
La castración no será, pues, sólo un acto quirúrgico: la selección de las
mejores promesas, su formación en escuelas y por maestros consagrados a la
tarea, los ejercicios de horas, días, años harían de niños como Carlo Broscchi
sensibles y divinos virtuosos como Farinelli. Una vez castrado el niño no
experimentará muda en su voz: al no descender la laringe, las cuerdas vocales
quedan más cerca de las cavidades de resonancia. El sonido de la voz es más
claro, más brillante, más cálido porque contiene más armónicos. Un singular
desarrollo del tórax propiciado por la falta de hormonas masculinas, unos
potentes músculos que les dará su propio crecimiento y un trabajo colosal de
ocho horas diarias en las técnicas de emisión y respiración les proporcionarán
una hermosa y potente caja de resonancia al servicio de aquellas pequeñas
cuerdas vocales. Surge así una voz sensible, de trinidad sublime, diferente de
la masculina por su ligereza, su flexibilidad y sus agudos, de la femenina por
su brillo, su limpidez y su potencia, y superior a la del niño, con la que
conseguirán una expresividad angelical a costa de una personalidad desgarrada.
Entre los muchos anónimos ‘castrati’, y los que quedaron en el camino, algunos
pudieron sentirse compensados por la fama y los privilegios. Además del
reconocido Farinelli que llegó a ser un personaje importante en la corte
española de Felipe V, al que consoló durante años de su melancolía: Siface, que
se atrevió a rechazar una invitación de Luis XIV; Ferri, famoso protagonista de
intrigas palaciegas; Caffarelli, Velluti, Tenduci... mujeriegos empedernidos,
famosos por sus escándalos amorosos; y otros como Senesino, Bernacchi,
Pacchiarotti , Guadagni, Marchesi , Crescentini que fueron simplemente
¡divinos!A finales del siglo XVIII, el surgimiento de las ideas racionalistas así como
los nuevos gustos que se imponen en la música (romanticismo) harán innecesarios
y arcaicos a los ‘castrati’, quedando reducidos al ámbito eclesiástico en el
que nacieron, hasta su extinción definitiva todavía no hace un siglo. El último
‘castrato’, Alexandro Moreschi, moría en 1922.
El redescubrimiento reciente del Barroco y la puesta en escena de aquellas
obras escritas para ‘castrati’ los sacarán de nuevo del armario del olvido, a
la par que fomentarán la polémica entre los entendidos sobrecuál sea la mejor
opción para sustituirlos. Porque su voz natural, la que intenta reproducir con
una mezcla electrónica de una soprano y un contratenor la excelente película
que el director belga Gerard Corbiau hizo en 1994 sobre la figura de
‘Farinelli’, ¡ha quedado enterrada en la historia!
Texto: Joaquin Iturralde (Tenor del Orfeón Pamplonés)
Gráficas: www.oakweb.ca www.laopera.net